Becquer

Becquer y yo

Bastante se ha dicho sobre la poesía de Gustavo Adolfo Becquer, por eso prefiero hablar sobre mi experiencia particular con ella. De la edición de «Sepan Cuántos…» de Rimas, leyendas y narraciones, yo sólo leía las rimas porque eran breves y aparentemente sencillas. Las conocí gracias a una enfermera de veintitrés años llamada Tania. Yo, que entonces tenía trece, me deleitaba con su lectura en voz alta todas las noches.

En realidad no recuerdo si Tania leía cada noche pero así me lo parece ahora que evoco la monotonía de su recitación. Compartíamos recámara en una casa de huéspedes donde la armonía era una necesidad y, sin saberlo, cultivábamos las más estrechas relaciones de nuestras vidas. Yo seguía su gusto al pie de la letra, pareciéndome hermosos los versos que ella prefería y memorizaba, pues era mujer que leía mucho pero siempre el mismo libro.

La pasión por la literatura no se relaciona con la cantidad de obras leídas. La enfermera y yo sentíamos fervor innegable por la lectura; a pesar de que ella lo había comprado de segunda mano y le anotaba números telefónicos en la portada, cuidaba de ese ejemplar como lo que era, una fuente de emociones exaltadas para leer en noches frías como un rito iniciático, un aquelarre de dos desmemoriadas que al día siguiente volvían sobre las mismas líneas.

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Aprendí que la poesía siempre va a existir, que los hombres lloran y cuando no lo hacen se arrepienten, que se puede besar con la mirada, que las lágrimas son agua y van al mar. En la adolescencia todos estos descubrimientos no me parecían cursis pero tampoco comprendía la desesperación romántica por el amor imposible, la inclinación a la muerte ni muchas otras alusiones a una corriente que me era, en muchos sentidos, ajena.

Fue una breve temporada, después de un año Tania fue despedida del hospital, tuvo que regresar a vivir con sus papás, olvidarse de ser vegetariana, de acostarse con roqueros, de las pláticas hasta la madrugada y de leer poesía en la cocina. Volvió a la vida de antes de Becquer, dejándome como legado el libro que yo extravié años después, en la distracción de una edad más agitada, es decir, la vida después de Becquer.

A Becquer le siguieron muchos otros pero sin duda afirmo que ese libro me aficionó a la poesía, a la lectura, a la escritura y, como parte de una educación sentimental, elaboró concepciones de amistad, de amor, de pena y placer que me seguirán conmoviendo «mientras la ciencia a descubrir no alcance las fuentes de la vida».

Jojana Oliva
Jojana Oliva

Maestra en Literatura Comparada (UNAM). Interesada en teoría, crítica, creación literaria así como en la relación entre las artes y entre literatura y ciencia.

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