Ojo

Vivir con moscas volantes

Siento que percibo el mundo como si lo viera permanentemente a través de un balde de agua puerca o turbia. Es la mejor forma en que puedo describir lo que siento al ver una pared de color claro y uniforme o la pantalla de una computadora. Nunca veo tal uniformidad. La conjeturo y la imagino, apelando a un recuerdo lejano de haber visto así alguna vez.

Son las moscas volantes. Esas sombras que los más afortunados muy de vez en cuando perciben en su campo visual, que capturan momentáneamente su atención para después olvidarse de ellas, tan rápido como vinieron. Otros, por cantidad o magnitud, no podemos dejar de verlas.

Decir que es similar a ver el mundo a través de un balde de agua sucia no basta para transmitir la sensación subjetiva que provoca su presencia. No puedes mirar hacia ellas a voluntad, lo cual es inquietante. Sólo están ahí, flotando y moviéndose, siguiendo más o menos los giros propios del ojo. Como las sombras que ves en un ojo son diferentes a las del otro, provocan una sensación de «asimetría visual» bastante incómoda. Sientes como si tuvieras un objeto, una suciedad. Esa es la palabra: «suciedad». Algo que te estorba y te quieres quitar. La sensación es física. Te quieres tallar el ojo para quitártelas. Para ver limpio. ¡Quieres ver limpio! Ver sin distracciones. Pero el cerebro no puede dejar de mirarlas y ponerles atención. ¡No puedes! Y es permanente. Están cuando te levantas en la mañana y cuando vas a dormir. Cuando desayunas o vas a trabajar. Están en el trabajo mismo o la diversión. ¡Están siempre! ¡Siempre! Todo el día, todo el tiempo, todos los días. ¡Mover el ojo es verlas!

Moscas flotantes

Mi descanso es la oscuridad. En los entornos particularmente oscuros todavía pueden pasar desapercibidas. Ahí desaparece esa sensación de tener algo pegado al ojo. Es profundamente desesperante y estoy seguro que hay temples que se doblegan ante tal frustración.

Cuando alguien dice que percibe una o dos me da cierta ternura. Creo que ni siquiera podría contar las mías.

Su causa reside en la aparición de largas cadenas de proteina opaca en el humor vitreo, dentro del globo ocular. Al ser opacas provocan una sombra perceptible en la retina. En los casos más graves impiden la visión, pero no hace falta llegar tan lejos para que sean molestas.

Cuando alguien dice que percibe una o dos me da cierta ternura. Creo que ni siquiera podría contar las mías. He descubierto que en entornos iluminados se vuelven mucho más oscuras que en penumbras. Es fácil entender porqué. La pupila al dilatarse en la oscuridad las desenfoca. Es como abrir el diafragma de una cámara. Las vuelve borrosas y las más pequeñas logran desaparecer. Lo contrario sucede bajo la inclemencia del sol a medio día. La pupila se vuelve pequeña. El diafragma de la cámara se cierra volviéndolas más nítidas, dando la impresión de que su número aumenta.

De vez en cuando atinan a posarse justo en la fovea, el punto central de tu atención al mirar. Cuando eso pasa mientras lees, la letra que observas directamente se vuelve ligeramente borrosa o turbia, como rodeada por un halo negro muy tenue. Sucede mucho mientras usas una computadora y es lo que vuelve más tormentosa su presencia al trabajar.

Lo curioso es que se puede tener una agudeza visual perfecta, es decir, se puede «ver bien» y aún así tenerlas. A los ojos de un examen tradicional de la vista son inexistentes, pero ahí están. Como fantasmas que no te dejan en paz, que están ahí para torturate.

La única forma eficaz de hacerlas desaparecer es realizando una vitrectomía, es decir, la extracción del humor vitreo que las aloja. Sin embargo, tal maniobra no es recomendada en lo absoluto, salvo en casos de pérdida o merma visual considerable. ¿Por qué? Porque conlleva muchos riesgos: la retina puede desprenderse, la presión interna del ojo puede reducirse debido a fugas accidentales, lo cual implica un pérdida visual grave o total. En algunos casos dicha operación favorece la aparición de cataratas, y si bien todo esto sucede en una minoría de casos, no es tampoco un porcentaje despreciable.

Cualquier persona que desee practicarse una vitrectomía debe considerar y poner en una balanza la posibilidad de perder la vista o dañarla seriamente. Y eso ciertamente es bastante peor que unas moscas volantes.

Soy creyente de que aquellos que no las padecen, fácilmente pueden minimizar lo increíblemente molestas que pueden llegar a ser, así como el impacto que alcanzan a tener en la calidad de vida. Se pueden convertir en una irritación constante que afecta fácilmente tu humor y un mal día se puede volver peor.

Una reflexión de vida

Puede sonar exagerado, pero la constante presencia de estas «suciedades» las hace testigo de tus momentos más mezquinos pero también de los más elevados. Así que te pueden llevar a las reflexiones más desgarradoras y de pronto a las más elevadas de tu ser. Incluso a reflexiones de vida, muerte y fatalismo. No es difícil encontrar testimonios de gente que se pregunta para sí: «¿es que nunca seré capaz de ver la completa belleza de un atardecer otra vez?» Mientras reflexiona agobiada, como sintiendo que le han quitado algo que no podrá recuperar. Unas sombras pueden sacar lo peor, pero también lo mejor, de ti.

«¿Cuánto empeorarán? ¿Deterioraran mi vista de tal manera que sufriré una merma visual considerable con los años?», son preguntas ocasionales cuando la atención se fija en las odiadas sombras y uno se deja arrastrar por el miedo.

En realidad, ¿es para tanto? Es tan fácil imaginar cosas peores, por ejemplo no ver en lo absoluto, perder una extremidad o padecer algún otro mal crónico y permanente.

Su naturaleza, que parece la misma que la de una piedra escondida en el zapato incapaz de ser quitada, puede crispar los nervios con facilidad. ¡Pero diantres! De alguna forma (a veces sobrehumana) se puede superar. Supongo que padecer una pérdida seria (una mutilación o algo igual de grave) debe ser un trauma psicológico mucho mayor… pero quién sabe.

Son el recuerdo de la edad y el hecho de no ser ya un adolecente. De que ineludiblemente nuestros sentidos sufrirán una merma cada vez mayor, sin posibilidad de recuperación. Una oportunidad para notar que cada día es precioso, no ya porque se visualice de manera perfecta, ¡sino porque se puede ver! Y para reflexionar, no tanto en la estimulación y percepción de lo que llega a través de los sentidos, como de la existencia misma de lo percibido.

Son simplemente los «garabatos» que me acompañaran por siempre (salvo que algo extraordinario suceda).

Javier
Javier

Maestro en Ciencias de la Computación (UNAM). Durante mucho tiempo interesado en la difusión del pensamiento crítico, la ciencia y el escepticismo. Estudioso de la inteligencia artificial, ciencias cognitivas y temas afines.

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