Soy el primero en reconocer que a Andrés Manuel López Obrador no lo mueve el dinero. ¡Lo juro! Pero es precisamente ese hecho lo que más me preocupa de él.
Leía los pensamientos de una persona que considero muy inteligente, pero con la que no tengo contacto desde hace, quizá, 15 años. Noto cuán diametralmente opuestos son nuestros puntos de vista.
Cuando era adolescente la palabra «violencia» no significaba lo mismo que hoy. Ahora se usa como un comodín para hacer referencia a lo que sentimos que no debería ser así en las relaciones sociales. Y eso puede ser malo.