Esta entrada pertenece a la serie: Cáncer
para las alas de los peces del alcanfor y el yodo líquidos mensajeros de la muerte
Bernardo Ortiz de Montellano
Bernardo Ortiz de Montellano
1. ¿Ya tiene su arpón? Lo traigo conmigo desde la tarde de ayer. Me harán un marcaje con él. No tengo miedo porque me sé todo, será parecido a una biopsia. Es muy temprano, no debo comer hasta que termine la cirugía. Circula el viento, la sala está fresca y mi cabello húmedo.
2. Son las diez de la mañana, nombran a todos menos a mí. Cuando pregunto me piden paciencia. A ratos siento que no conozco este lugar.
3. Es casi medio día cuando me llaman. Al levantarme, me enredo y caigo. Soy arrojada a cubierta.
4. La temible capitana se llama Lesbia, no descuida el mando de la embarcación ni un minuto, no se entretiene en presas menores como yo. Le han dicho que llegué y dio instrucciones a su Primer Oficial que me contempla compasivo. Debe ejecutarse la función estabilizadora con el arpón. Todo parece rutinario pero la marea es discontinua, no augura calma para la maniobra.
5. La Segundo Oficial tiene acento del norte, será la encargada de seguir las instrucciones. Me doy cuenta de su papel en la jerarquía: le toca el trabajo sucio. Es joven, hermosa y corpulenta, tengo muy cerca sus poros cuando se coloca sobre mí decidida a insertar el arpón. Lo hace con dificultad debido a la morfología de mis branquias. Quiere introducirse de lado con el alambre, luego girar en ángulo recto para que el extremo del gancho quede vertical, se hunda hasta el centro y ella libere la ganzúa que lo sujetará. Pero no puede hacerlo, forcejea, parece que lucha contra una ballena y no con un cíclido sumiso.
6. Me trasladan al otro extremo, por la luz roja comprendo que vamos a babor. Ahí hay una marinera hosca que se encargará del resto.
7. Una tonelada, dos toneladas. Cada vez más fuerte… me asfixia. No puedo separarme de la presión del acero. No me suelta… Dejo de respirar…
8. Tras el sonido de los aparatos se oye a un grupo de delfines que nos acompañan agitando las olas ¿Por qué persiguen esos peces a esta embarcación oscura? ¿Por qué sonríen y danzan en la marejada turbia?
9. Al despertar me reconforta la humedad de los ojos de Lesbia. Me descubre y toma la punta de la varilla que me atraviesa, la mete con determinación, libera el gancho en el fondo, dobla la parte que sobresale con sus fuertes manos y la pega con una cinta sobre mis escamas. Primer y Segundo Oficial, admirados, toman nota de cómo lo hace. Ella se levanta con aire de superioridad. La madera rechina ante la fuerza de sus botas, yo suspiro exhausta.
10. Boca arriba, las luces blancas me encandilan. Estoy en una isla a punto de ser operada. No debo moverme, no debo perderme de vista. Siento la sed hasta en los huesos y espinas de agua salada resbalan por mi frente.
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