Los optimistas nos aseguran que en el nuevo mundo dominado por la IA, los nuevos trabajos reemplazarán a los viejos. Que no hay nada por lo que alarmarse. Que sólo es un gran cambio como lo fue la Revolución Industrial. «En el pasado —te dirán— ya hubo fatalistas que auguraban el desempleo masivo, y nada de eso ha sucedido».
Pero apelar al pasado no basta como argumento, porque no lo es. Más importante resulta entender por qué, al final, no se cumplió el augurio, e igualmente importante: ¿qué condiciones deben presentarse para que sí se cumpla?
Puede ser, potencialmente, ordenes de magnitud más poderosa que cualquier cosa que hayamos visto en la Revolución Industrial. La IA es la primer herramienta en la historia que puede tomar decisiones por sí misma y puede crear nuevas ideas por sí misma.
Yuval Noah Harari – Historiador y filósofo Israelí
Super-herramientas
Los grandes cambios, como la automatización o la invención de la imprenta, lo fueron porque nos proporcionaron extraordinarias herramientas que aumentaban la productividad, o incluso, nos permitían hacer cosas que antes no podíamos.
Los temores del pasado radicaban en que era difícil imaginar un mundo organizado de forma diferente. Las personas satisfacían ciertas necesidades y era difícil concebir tener otras, de forma que las máquinas parecían «llenar» la demanda. Y si esa demanda se satisfacía, ¿para qué tener trabajadores?
Los años nos mostrarían que había espacio de sobra para llenar, y mucho tiempo que ocupar con más consumo.
Cada revolución tecnológica se ha vuelto más rápida y esta será con diferencia la más rápida
Sam Altman – CEO de OpenAI
Límites del consumo
Pero la capacidad para consumir tiene un límite, y por ende, la necesidad para producir también. No se puede consumir más que aquello que tengas tiempo para aprovechar, que quepa en tu casa, o tengas la capacidad de comprar. En consecuencia, la producción también tendrá un tope establecido por aquello que le sea demandado.
Si ya eres capaz de satisfacer la demanda, la mejora en tu productividad ya no se traduce en crear una mayor cantidad de bienes, sino en minimizar los recursos y tiempo que empleas para construirlos. Y esto implica también la mano de obra y trabajo intelectual empleados en generar el bien.
La pregunta es: ¿la eficiencia y capacidades de la IA serán tales que permitan rebasar los límites impuestos por la capacidad de consumir y la necesidad de producción más allá de cualquier necesidad que nos podamos inventar?
Asumamos que sí.
La cuarta ola
Regresemos un poco: ¿cómo podría funcionar una economía en la que buena parte de las actividades son muy fáciles de realizar y casi no suponen un esfuerzo? ¿Una donde «sobra» gente para llevar a cabo lo que es necesario hacer?
Un momento. ¿Esa característica es exclusiva de un mundo con IA? ¿Hoy día no sobra gente para hacer lo «necesario» para vivir? ¿Realmente hacemos falta todos para producir nuestros alimentos, construir nuestras casas o brindar los servicios básicos?
En realidad sí sobramos, y un montón de la actividad económica no radica en lo «indispensable». Hacemos turismo y la industria del entretenimiento es inmensa, por poner algunos ejemplos.
Aún así es muy difícil ver qué sostiene a qué. El oficinista quizá no parezca hacer algo indispensable, pero muy probablemente forma parte de la cadena logística que hace a esas cosas indispensables funcionar.
¿Cuánto de esa logística será acaparada por la Inteligencia Artificial y a qué nos dedicaremos los que realmente sobremos?
Queda claro que el punto no es «hacer lo indispensable» sino «hacer lo que se pueda consumir». No se puede hacer un número arbitrariamente alto de películas o productos de entretenimiento, porque el número de personas que lo puede consumir es finito, y el tiempo que puede dedicar a ello también… ¿o sí se puede?
Producir para no consumir
Todos lo hemos visto o vivido: un montón de libros que compramos pero no leemos, una colección de videojuegos en Steam que no acabamos nunca de jugar. Cada vez es más común tener un montón de bienes que nunca terminamos de usar o consumir en realidad. Sobre todo los bienes no físicos.
No tengo mucho miedo a equivocarme al decir que este comportamiento será cada vez más común y acusado en el mundo dominado por la IA, Pero no queda claro que esto sea suficiente para absorber la excesiva oferta dada por el aumento de la productividad.
Hiper-personalización
Si encontramos una forma en la que se pueda canalizar la producción excedente de la sociedad en la creación de bienes únicos, en particular bienes materiales, tal que se involucre activamente a la población humana, quizá seamos testigos de una hiper-personalización: la proliferación de mercancías hechas a medida del cliente en detrimento de la producción en masa, para así apaciguar un poco la automatización tanto como sea posible.
Bienes digitales a cero
Esto es lo menos difícil de anticipar: todo bien digital de la actualidad se devaluará. Su costo de creación rozará el cero. Todo trabajo consistente en manipular, gestionar y analizar información verá reducido su valor, y previsiblemente la actividad económica se inundará nuevamente de bienes y actividades materiales como en épocas anteriores.
Escenarios a largo plazo
Se me ocurren tres escenarios a largo plazo bien diferenciados, pero podrían ser muchos más (aunque al final todo pueda desembocar en una combinación de varios):
1. Un mundo idílico
Un mundo donde todos trabajamos menos horas y tenemos mucho más tiempo libre, ya que el aumento en la productividad vuelve dicho trabajo innecesario. El mayor tiempo libre deja espacio para consumir los nuevos bienes que se generarán en este nuevo orden. Así todo se equilibra y el balance entre lo producido y lo consumido se mantiene.
Nuestra sobrada capacidad para producir se enfoca ahora en cuidar el medio ambiente y evitar su ya casi inminente desastre, así como llevar un poco de bienestar a los más desfavorecidos.
Canalizamos más esfuerzos en proyectos fuera de nuestro planeta: la exploración de nuestro Sistema Solar se intensifica. Comenzamos a planear nuestros primeros viajes interestelares no tripulados a estrellas cercanas. Nos empezamos a ver a nosotros mismos como una civilización interplanetaria… o como los padres de una: la IA.
2. Tecno-distopía
Los nuevos dueños de los medios de producción (la IA y el hardware sobre el cuál se ejecuta) acaparan la riqueza aumentando la desigualdad, pero sólo hasta el punto en que maximiza su beneficio.
Del diseño e implementación de esa «desigualdad óptima» se encargará la propia IA. Este diseño no sólo hace referencia a la distribución del dinero, también a la percepción del mundo, con el fin de mantener los niveles de «tensión social» lo suficientemente bajos como para no dar pie a una rebelión.
Lo que no lograron las antiguas ideologías y los antiguos partidos, quizá lo logre el algoritmo. Usando sus sobrehumanas capacidades de persuasión, quizá nos mantenga en el redil de formas increíblemente eficientes.
3. Ciclo económico forzado
Se empieza a abogar por gravar de forma importante el uso de la IA, a fin de obtener los recursos necesarios para implantar un tipo de «renta básica universal»: un ingreso que por derecho deban tener como mínimo todos los habitantes.
Esta idea llevada al extremo podría conducir a un estado de cosas donde el principal engranaje de la economía sean las propias compañías que gestionen y usen la IA. Son las que reciben, pero también otorgan, la mayoría de los recursos monetarios en circulación, todo con el fin de mantener la maquinaria girando y el dinero se mantenga circulando.
Nuestro futuro cercano
Buena parte del trabajo llevado a cabo para la generación de bienes y servicios en la actualidad se fundamenta en la manipulación de información: escribimos textos, llevamos el inventario, analizamos datos para tomar decisiones. Creamos bienes digitales que son pura información: música, imagen, sonido. La comunicación es llevar información de un lugar a otro.
Y podemos decir, casi con total seguridad, que todo trabajo que consista en manipular, procesar y generar información que pueda ser expresada en texto, audio e imagen, perderá gran parte de su valor en los próximos años. Es nuestra responsabilidad maniobrar para que el nuevo balance de cosas sea lo menos traumático posible.
No sabemos a ciencia cierta qué ni cómo sucederá, pero intuimos que será algo grande y trascendental, que transformará el devenir de la historia, y que está a la vuelta de la esquina.