Neuronas

¿Cuál es la pregunta correcta?

La pregunta típica es: ¿pueden pensar las máquinas? Sin embargo, abordar de esa manera la problemática de la inteligencia artificial trae consigo múltiples asunciones injustificadas que no debemos pasar por alto. La más relevante es que deja en el aire y sin respuesta una cuestión tan fundamental como «¿qué cosa es capaz de pensar?»

Cuestionarnos si las máquinas pueden pensar es decir tácitamente que otra cosa, que no es una máquina, sí es capaz de hacerlo. ¿Pero qué cosa? La respuesta inmediata que solemos darnos a nosotros mismos es «el cerebro». Esa contestación asume, sin embargo, que el cerebro no es una máquina, de lo contrario preguntar si las máquinas pueden pensar no tendría sentido alguno en primer lugar.

Entonces, ¿el cerebro es una máquina o no? Para obtener la solución a esa interrogante debemos primero definir qué es una máquina, para después verificar si la «parte máquina» del cerebro es la encargada de crear el pensamiento. Asunto que, a su vez, nos obliga a ofrecer una definición de pensamiento, mente y consciencia.

El rechazo natural

Aquí las opiniones se dividen. Para buena parte de la población, la simple idea de que la mente es producto de un proceso mecánico o físico es algo carente de sentido que simplemente es incorrecto. La mente no solo se siente, es lo que siente, y resulta tremendamente difícil imaginar que un montón de engranes, o algo equivalente,  pueda hacerlo por sí solo.

Otra de las dificultades para aceptar la posibilidad de la mente como un proceso mecánico son las creencias religiosas. Lo usual es asociar la identidad, el yo, a un ente o conjunto de ellos inaprensibles por una máquina. El alma y/o el espíritu se presentan como los custodios de la mente y la consciencia. Si bien no es posible demostrar por ahora que la consciencia es producto de un proceso mecánico, sí podemos analizar las evidencias que apuntan en esa dirección y señalan la dependencia que todo proceso mental conocido tiene de ciertas estructuras físicas. Particularmente del cerebro y sus asociados.

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Para ello basta sumergirse en la literatura sobre el tema o reflexionar sobre situaciones que son ampliamente familiares para nosotros. Por ejemplo, introducir alcohol en nuestro organismo (una sustancia física) modifica el estado de consciencia, así como nuestra capacidad para razonar y sentir. Introducir otras, como los alucinógenos, nos hace ver, escuchar y sentir cosas que no están ahí; todos ellos fenómenos íntimos, subjetivos y mentales. La muerte de ciertas estructuras físicas en el cerebro nos hace olvidar y ser incapaces de almacenar nuevos recuerdos, como sucede con la enfermedad de Alzheimer.

Los hechos más dramáticos nos hablan de cómo el estimular ciertas zonas cerebrales permite alterar, aunque sea un poco, nuestros juicios éticos.

Los hechos más dramáticos nos hablan de cómo el estimular ciertas zonas cerebrales permite alterar, aunque sea un poco, nuestros juicios éticos. Lesiones en sectores muy específicos de nuestro sistema nervioso central nos impiden reconocer a nuestros conocidos, debido a una incapacidad adquirida para emocionarnos con su imagen. Separar nuestros hemisferios cerebrales nos convierte, casi literalmente, en dos personas o consciencias independientes.

Los ejemplos son innumerables y revelan sin excepción la íntima relación que el cerebro y sus estructuras guardan con el proceso mental. Es tal nuestro conocimiento del tema, que en algunos casos podemos señalar sectores cerebrales dedicados a tareas mentales específicas.

¿Qué podemos concluir?

Sin poder afirmar o demostrar que un proceso físico crea la mente, la simple idea de que provenga de algo «más allá» de lo físico se ve en dificultades. Surge la antigua problemática enunciada por Descartes: si la mente y la materia son reinos separados, independientes uno del otro, tal que no hay nada mental en lo material ni viceversa, ¿cómo podría uno ejercer influencia sobre el otro?

Concebir al cerebro, no como un generador, sino como un intermediario entre la mente y el cuerpo no ayuda en nada y deja al problema exactamente igual.

Para intentar resolver el dilema podríamos concebir a lo físico y mental como un continuo con múltiples estados intermedios. Siendo una idea interesante, tampoco ayuda mucho a los defensores del idealismo, ya que ineludiblemente lo mental sería, al final, un tipo de sistema físico más con sus reglas y leyes.

¿Cuál es entonces la pregunta?

Provisionalmente asumamos que una máquina es un sistema físico, no necesariamente material, que con base en su dinámica y las leyes que lo gobiernan es capaz impactar o transformar su entorno o a sí mismo, presumiblemente aprovechando, dirigiendo, regulando o transformando energía. Más adelante se profundizará en el significado de «máquina».

Visto así el cerebro es una máquina. Si aceptamos la idea del cerebro como generador de la mente y la consciencia, entonces, sin temor a equivocarnos podemos decir que las máquinas piensan y que dichas máquinas pueden ser fabricadas. Somos testigos de su manufactura en cada embarazo llegado a buen término. Otra cosa muy distinta es saber de manera precisa lo que pasa ahí exactamente, al menos lo suficiente como para replicarlo de manera artificial.

Dado nuestro entendimiento actual, para abrazar la idea de que no es el cerebro el creador de la mente y la consciencia, debemos asumir que algo extraño pasa en algún momento con el cerebro, bien cuando se está gestando o en momentos posteriores, tal que algo llamado alma o espíritu le influye.

Sin embargo, hay que resaltar que tal postura es una cuestión de fe, en la que su defensor se aferra a una creencia injustificada de cara a las pruebas conocidas, carente de la parsimonia que se espera de una postura científica basada en la evidencia. Visto así y resumiendo todo lo explicado con anterioridad, preguntar si las maquinas piensan es una postura basada en la fe, casi religiosa, de que hay algo que no es máquina capaz de pensar. Por otro lado, la pregunta que se sustenta en los hechos conocidos se parece más a algo como: «¿qué características debe tener una máquina para exhibir las cualidades de la mente y consciencia tal y como nosotros las conocemos?»

Javier
Javier

Maestro en Ciencias de la Computación (UNAM). Durante mucho tiempo interesado en la difusión del pensamiento crítico, la ciencia y el escepticismo. Estudioso de la inteligencia artificial, ciencias cognitivas y temas afines.

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