De acuerdo con recomendaciones de conocidos comencé con Las batallas en el desierto, al no ver entusiasmo seguí con cuentos breves de Monterroso, algunos muy graciosos de Ibargüengoitia, Oscar de la Borbolla, preciosos poemas de Becquer, Miguel Hernández, Neruda, incluso recurrí a otros que no me gustan pero siempre cautivan como Sabines y Benedetti. En una etapa más desesperada recurrí a los satíricos de Novo que tienen groserías y, el colmo, mi mejor as bajo la manga: poesía erótica. Nada, a mis alumnos de bachillerato no les interesaba la literatura, lo más probable es que muchos sigan así y que de lo poco leído no recuerden ni el título.
Los temas les eran indiferentes, por más que yo buscaba acercarme a sus vivencias, les horrorizaba que un escritor no tuviera respeto por Dios o fuera atrevido, los fantasmas y vampiros les aburrían, incluso el sexo les adormecía. No debía extrañarme si mi clase era a las siete de la mañana y la mayoría de mis alumnos trabajan en supermercados o cines.
Un día intenté que relacionaran las letras con otras artes, llevé algunos ejemplos de música para que escribieran su opinión, nunca voy a olvidar sus carcajadas al oír la voz de Janis Joplin en Summertime. Después de ese día pensé que ya nada de ellos me podía sorprender pero, obligada por el programa, tuve que relatarles la anécdota y hacer que leyeran fragmentos de la única obra que les gustó de todo el curso, la última que yo hubiera seleccionado para acercarlos a las letras y mostrarles que tienen relación con sus vidas: Edipo rey.
Tiene razón Pedro Salinas, ya no se enseña a leer, tampoco yo supe hacerlo pero sé que no cometería los mismos errores: subestimarlos con clichés juveniles o imponer mis propios gustos. Eso en cuanto a mis fallas, otra triste historia son las deficiencias educativas en el país, la pobreza en que vive la mayoría y los planes de estudio para bachilleratos terminales que muy poco tienen que ver con el arte de la lectura, eso sí es una tragedia.