—¡Papá! Mira que bonita se ve la Luna. ¿Por qué no se cae? ¿Por qué no le cae encima a las montañas?
El padre observó con ternura a la niña, y con una sonrisa en el rostro le contestó:
—Tal vez piensas que la Luna no cae pero, ¿sabes?, en realidad sí está cayendo.
—¿Cómo? No entiendo.
—Sí. Mira. Si tomas esta naranja y la sueltas cae. ¿Viste? ¿Qué pasa si la avientas muy fuerte? Mira. También cae, pero hace una pequeña curva antes de pegar en el suelo.
—Sí.
El padre hizo un ademán, como de querer aventar de nuevo a la pobre fruta. Continuó diciendo:
—¿Qué pasaría si la aventaras tan, pero tan fuerte y tan rápido, que antes de que le diera tiempo tocar el suelo, la curvatura de la Tierra se le terminara? Se vería obligada a seguir su curva natural. Pero el suelo, que está curvo, siempre se le terminaría escapando…
La niña, que parecía entender lo que su padre decía, escuchaba atenta.
—… así pasa con la Luna, se mueve tan rápido, que el suelo siempre se le escapa. Por eso se le queda dando vueltas una y otra vez a la Tierra. La Luna no solo cae, sino que nunca termina de caer. La Luna es una inmensa piedra redonda, casi pulida, brillante, que nunca termina de caerse.
La niña abrió los ojos como platos, asombrada por entender que todo, hasta los cielos y lo inalcanzable, pudieran caer también.
—¿En qué piensas hija?
—Pensé que eso de la Luna cayendo era un cuento, ¡pero sí se cae!
La niña vio una conexión entre la fruta que tenía su padre en la mano y los cielos. Se preguntó cuantas cosas cotidianas se podrían ver con nuevos ojos.
—Parece un poema ¿verdad? «la piedra que nunca termina de caer». Sí es un poema. Es la poesía de la realidad. Porque la realidad es más de lo que cualquiera puede imaginar. Supera en tiempo, espacio y complejidad, cualquier cosa que podamos concebir.
—¡Dime más!
El padre entendió los sentimientos de su hija, y encantado del hambre de maravilla que tenía, continuo:
—Hace algunos años, un hombre muy famoso dijo: «El Cosmos es todo lo que es, todo lo que fue, y todo lo que será alguna vez. La contemplación del Cosmos nos estremece. Es un cosquilleo en la espalda, la voz se nos quiebra, hay una sensación débil, como la de un recuerdo lejano o la de caer desde lo alto. Sabemos que nos acercamos al mayor de los misterios». Otro señor, hace miles de años, dijo: «Se que soy mortal por naturaleza y efímero, pero cuando rastreo a placer el serpenteo de lado a lado de los cuerpos celestiales, ya no toco más la tierra con mis pies. Me encuentro en presencia del mismo Zeus, y me colmo de ambrosía». Un poco de lo que ellos sintieron, tu lo has sentido hoy. No es una belleza como la de un cuadro o una melodía. No es algo que se pueda ver o escuchar, ni siquiera leer. Es una belleza que solo se percibe pensando en ella. Es una que nace del entendimiento.
El padre se tomo un respiro, como tratando de ordenar sus ideas. Su hija no decía nada. Ni siquiera parecía moverse. Le costaba un poco seguir las reflexiones de su padre.
—Así como hay algo que conecta a esta naranja con la Luna, hay algo que te conecta a ti con Puppy tu perro. Hay algo que nos conecta con los árboles, con el aire. Hay algo que nos conecta con las estrellas. No algo figurado, sino real, como la caída sin fin de la Luna.
—¿Qué cosa nos conecta? —Interrumpió abruptamente la niña—
El padre no pudo evitar soltar una pequeña carcajada por la impaciencia de su hija. Pero al mismo tiempo, estaba encantado por su curiosidad. Era como su sueño dorado. Transmitir lo que no se puede decir, y que solo nos pertenece a cada uno: la fascinación.
—¿Por qué piensas que el cielo es negro por las noches?
—Tu me has dicho: porque no hay Sol.
—Es cierto, te lo he dicho, pero esa no es toda la respuesta. ¿Qué hay de las estrellas? ¿Por qué no alcanzan para iluminar el cielo?
—Porque son muy chiquitas, ¿no?
—Son muy chicas, pero si juntamos las suficientes, no importa cuan pequeñas sean, deberían alcanzarnos para iluminar el cielo, ¿no?
La niña no entendía a donde quería llegar su padre. Él continuo diciendo:
—Si el espacio es infinito, lo obvio sería pensar que hay un número infinito de estrellas. ¿Estás de acuerdo?
La niña asintió.
—Es decir que, en cualquier dirección del cielo, deberías encontrar tarde o temprano, una estrella. Las estrellas deberían estar en todas direcciones. Tal vez puedas pensar que, para un punto en particular del cielo, la estrella está muy lejos, y su luz sea muy tenue y no se note. Pero pensándolo mejor, si son infinitas las estrellas, deberías encontrar, no una, sino un número infinito de ellas en cada lugar. Por muy pequeño que sea su brillo, la suma de un número infinito de pequeños brillos debería notarse. Y en ciertas circunstancias hasta podría ser infinito. Pero eso no pasa. El cielo es negro. ¡Es lo contrario! A este hecho se le conoce como paradoja de Olber.—¡Yo sé, yo sé! —dijo emocionada la niña—. La estrella de enfrente tapa a las estrellas de atrás. Así solo vemos el brillo de la más cercana.
Ahora fue el padre quien se sorprendió de la sagacidad de su hija.
—¡Es muy buena idea! De verdad. Pero en realidad no funciona.
—¡¿No?! —dijo sorprendida—
—No —dijo el padre—
—¿Por qué no?
—Verás. Lo que tu dices es que, a lo largo del cielo, las estrellas más cercanas, aunque no se vean, funcionan como una «barrera» para las más lejanas que están atrás. Pero esa «barrera de estrellas» debió de recibir una cantidad infinita de energía por detrás, a lo largo de un lapso infinito de tiempo. Pero esa energía debe ir a algún lugar. Tarde o temprano, esa barrera debería emitir toda esa energía y ser muy brillante. Pero eso no pasa.
—No entiendo.
—Sí. Es como una esponja seca que está bajo un chorro de agua. Al principio puede absorber el agua. Pero después de cierto tiempo escurre, ya no le cabe más. Así sería la «barrera de estrellas», terminaría por «escurrir» toda la energía que le llegara de atrás. Por eso la idea de una barrera no funciona.
La niña comenzó a entender la profundidad de la paradoja de Olber. Se asomó por la ventana, como para comprobar la inexplicable negrura del cielo.
—¿Y entonces por qué es negro?
—Hay dos soluciones posibles: o no hay un número infinito de estrellas, o el espacio no ha estado ahí siempre. Si no ha estado siempre, no habría pasado el tiempo suficiente para que llegara hasta nosotros una cantidad infinita de luz.
Con una idea tan simple, la niña comenzó a notar que podían descubrirse posibilidades increíbles para el Universo.
—¿Y qué es?
El padre estaba encantado con explicar a su hija, pero sobre todo, que su hija lo entendiera. Como ya era tarde, pensaba decirle la respuesta y terminar la sesión del día. Así que trató de ser lo más enfático posible.
—La razón ya la conocemos en la actualidad. Muchas personas se devanaron los sesos para encontrar la verdadera respuesta a esa pregunta, y cada paso en el camino es por sí mismo fascinante y extraordinario. Pero tardaríamos mucho tiempo en verlos todos. Lo que sí te puedo decir es que… —y aquí el padre comenzó a decirlo de forma lenta y pausada—… el Universo, tal y como lo conocemos, con sus estrellas, galaxias y demás,… —y aquí agregó una meditada y larga pausa—… comenzó. El universo comenzó alguna vez…
La niña estaba nuevamente fascinada.
—… así que, cuando mires la negrura de la noche, nunca olvides que tiene su origen en su nacimiento. El Universo nació…
Después de decir esto, su padre se despidió, apagó la luz y la dejó sola, para que pudiera dormir cómoda en su habitación. Pero no podía cerrar los ojos. No veía nada en la oscuridad, pero la misma oscuridad le fascinaba. —Si está oscuro, es porque afuera está oscuro, y si está oscuro afuera es porque el universo nació—, se permitió pensar. No podía ya ver el cielo de la misma forma. Ni la Luna, ni las estrellas, ni la noche. Ya todo era otra cosa diferente. Todo se veía igual que siempre, pero era diferente. —Si supiera más cosas, ¡cuán diferente podría ser todo! Es como hacer nuevo al viejo mundo—. Eso fue lo último que pensó, antes de que la venciera el sueño. Mañana sería un nuevo día, en un mundo nuevo…