Esta entrada pertenece a la serie: Cáncer
A Luiz Eduardo
¡Abro los ojos y que veo a Jesucristo! Los dos estamos en la sala de recuperación. ¡Jesús!, le digo y vuelvo a perder la conciencia. No sé cuántos días después vino a buscarme a mi cama. Tenía suero y bata de paciente, como yo. Me saludó muy amable. No soy Jesús, me llamo Luiz, me explicó con acento extraño. Resultó que yo todavía no estaba muerto, él no era el Mesías sino un brasileño buena onda con pelito largo. Desde entonces nos hicimos cuates.
Luiz estaba ahí por cáncer, igual que todos. Su hermano tuvo cáncer de pulmón y también su papá. Así que nada inesperado y al mismo tiempo fatal. A pesar de todo, él no aparentaba agonía, se veía como un hombre paseando a su oxígeno en el parque, mientras saludaba a los vecinos de banca. Eso me gustó de él. No podría decir que era optimismo ni fe, solamente sencillez ante lo real e inevitable de la enfermedad.
A Luiz le habían quitado medio pulmón para evitar que el tumor se extendiera. Me contaba divertido anécdotas sorprendentes: Una vez, después de un estudio se sintió raro. Le dijo a la doctora que oía su voz delgada y con eco. ¿Cómo?, pues sí, doctora, oigo mi voz por dentro, las palabras que digo para afuera las oigo también adentro. Resultó que le habían ponchado el pulmón y tenían que volver a inflárselo. Me asombró su historia porque yo no pensé que eso pudiera pasar, pero pasa. Así también pasa que yo no tengo el estómago y puedo seguir viviendo y hasta sintiéndome persona. Parecemos caricaturas a las que, con una goma, les pueden borrar algunas partes.
Su esposa era muy diferente a otras mujeres que visitaban nuestro cuarto. Era pintora. Casi no se hablaban. Ella se sentaba a mirarlo y a mirarnos a todos, algunas veces nos dibujaba, yo le decía que no valía la pena que gastara su papel y sus dibujos bien hechos en nosotros que estábamos tan jodidos, pero eso le interesaba, nuestras miradas, decía. Es raro un retrato. Cuando alguien te toma una foto eres capaz de decirle que no te gustó, pedirle que no lo haga o que la borre, pero con su talento parecía tener libertad de copiarnos. Al final quedaba una imagen que era mitad nosotros y mitad ella, daba tristeza. Daría cualquier cosa por ver ahora algunos de esos dibujos.
Yo no tengo mujer fija. Ninguna ha querido hacerse cargo de un enfermo, las entiendo, no soy para tanto, ni siquiera sé tratarlas bien o ser fiel. Mi pobre jefa tenía que cuidarme y encargarse de todo lo mío. Pero me acuerdo de Luiz y se me quita lo inútil, él nunca se quejó, tampoco su esposa, en cambio mi madre lloraba mucho al verme y siento que no lo hacía por mí sino por ella misma. Antes rezaba, ya no lo hago gracias a Luiz, prefiero platicar con los compas. Aunque soy creyente de la virgen, las oraciones me parecen una mariconez innecesaria: estar suplicando por la vida, por la salud, con los dedos entrelazados cerca de la cara y los mocos escurriéndome… no podría hacerlo enfrente de los demás, sobre todo de Luiz que es tan valiente y además ateo.
Un día estaba muy nervioso, esperando a que nos dijeran los resultados de la prueba del VIH. Sospechamos que nos la mandaron porque estábamos los dos muy flacos y con tatuajes. Yo tengo a una virgen de Guadalupe tribal en la espalda y los nombres de mis hijos, uno de cada lado; Luiz trae un águila en el pecho y varios símbolos en los brazos. Estaba sentado en mi cama con los ojos cerrados, tratando de pensar en otra cosa que no fueran las mujeres con las que me había acostado en los últimos años. Enfrente de mí, a dos camas de distancia, estaba Luiz en la misma posición que yo pero tranquilo, con el ruido de sus aparatos de fondo. Le ponían para respirar mejor una máquina que parecía que hervía frijoles. También yo andaba lleno de mangueras y tubos pero los míos no hacían ruido, sólo apestaban. ¿En qué estaría pensando? En momentos de tensión no hablábamos pero estoy seguro que él también se estaba acordando de mí.
Llegó el residente a revisarnos, empezó por las camas del fondo. Lo seguían unos estudiantes que anotaban todo. Se tardaron mucho con don Raúl que ya era grande y todos los días creía que se iba a morir. Cuando llegaron a la cama de Luiz hicieron mucho aspaviento porque él es así, gritón y bromista. Me alivió escuchar a lo lejos buenas noticias y ver su cara de alivio. Sentía que nuestras vidas diferentes ahí se volvieron iguales.
Llegaron a mi lugar y luego luego las caras de mala noticia. El doctor empezó por decirme que tenía que concentrarme en mi salud, etc., como si tuviera yo otra opción. Lástima, no corrí con la misma suerte. Mi prueba salió positiva y tenía un problema más que agregarle a mi cuerpo, este trapo viejo y cansado. Cuando salieron, Luiz se me acercó y me invitó a caminar por los pasillos. Sólo recibí la noticia mano, esa es la diferencia, el mal ya lo tenía, dije como tratando de que no se sintiera mal por mí.
¿Cómo alguien puede tener tan mala suerte como yo?, me pregunto y, ¿cómo al mismo tiempo conocer a la persona más fregona en un hospital, tan cerca de la muerte? Si no hubiera dicho tantas groserías y mentado tantas madres, pensaría que de verdad era Jesús haciéndome fuerte. Porque eso es lo que hacía mi amigo, no me consolaba nunca, me hacia fuerte, como decimos: me ponía los pies en la tierra.
Él llevaba ahí casi seis meses. Y aunque no supe cuándo salió, estoy seguro de que se fue a despedir de todos y que se fue caminando muy derechito a seguir con sus planes. Yo, en cambio, no parecía hombre para la vida. En noches de insomnio y desesperación, más que paciente, me sentía como un condenado en la cárcel. Entonces oía un ruido familiar, era el Luiz que venía a verme, a hablar un poco y a chacotear. Mi sueño era no creer en nada para no sentirme traicionado, quería perder el optimismo, la fe, las ilusiones… ser fuerte yo solito, como él.
Es contradictorio pero yo me fui a mi casa y él se quedó. Yo, que segurito me moría, ya traía ropa puesta mientras él andaba enseñando las nalgas con el quimono del hospital. Como es costumbre, repartí mis cosas, casi todas a don Raúl que no tenía nada, a Luiz le guardé el shampoo. Como yo era el que se iba sentí la obligación de darle ánimo por primera vez, pero soy un tarado pesimista y le dije fuerte ¡Ya sabes, cuando salgas nos vamos a Texcoco a echarnos una cecina y un pulmón! Nos reímos mucho de mi estupidez. Salí de ahí con la cara en alto, mucho más humano que cuando entré.
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Exvelente!
Excelente quise decir. Un texto fuerte, conmovedor, propositivo. Y la escritora es muy linda. Espero leer muchas más de sus creaciones. Felicidades!!